Rumbo a la próxima reunión de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP27) se vuelve a poner sobre la mesa la necesidad de desarrollar acciones urgentes, contundentes para evitar el catastrófico incremento de 1.5 grados en la temperatura global.

Las metas de la pasada emisión de la COP 26 en Glasgow presentan incumplimiento y falta de avances sustanciales en la mayoría de los casos. Países como México de plano no reportaron nada en la plataforma y el vacío solo habla de la falta de compromiso con la agenda climática.

Imaginar un mundo en el que la temperatura sea superior a los 1.5 grados parece sencillo, si desde el privilegio del aparente desarrollo se abordan escenarios tecnológicos en los que se pueda hacer frente al calentamiento global; pero esa no es la realidad ni la posibilidad de la mayoría de los países.

Comunidades devastadas por el cambio climático, millones de personas desplazadas por la falta de alimento y ciudades enteras colapsadas por los efectos del calentamiento global son escenarios a solo ocho años de distancia. El futuro ya nos alcanzó y aun así en la mayoría de los casos, los gobiernos de los países no han logrado generar avances importantes en las políticas públicas que les permitan disminuir la emisión de gases de efecto invernadero, especialmente las emisiones de metano que son 30% más dañinas. 

Los efectos del calentamiento global son irreversibles, pero aún es posible salvar al mundo de la extinción y detener lo que hoy parece inevitable. Las diversas formas de protesta alrededor del mundo, incluso aquellas que se han hecho virales, parecen no hacer eco.

A pesar de que la adopción de los Acuerdos de Paris en 2015 era vinculante, las metas acordadas no fueron realistas ni lograron ser aterrizadas a la realidad específica de cada uno de los 196 firmantes. El resultado fue un gran elefante blanco que prometía grandes transformaciones en la industria global, pero que seis años después no ha producido los resultados esperados.

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La transición hacia esquemas de eficiencia en la movilidad al interior de los países, la transición hacia energías renovables y sustentables, así como la implementación de esquemas inteligentes de seguridad alimentaria aún siguen siendo utopías debatidas por las élites políticas que se siguen beneficiando de los subsidios otorgados a la industria energética. 

Los desastres naturales como los de Pakistán o Florida no solo dibujan tragedias humanitarias, perfilan las recurrentes escenas que se repetirán con frecuencia durante los próximos años. 

En la COP27 la urgencia es un golpe de realidad, el llamado desesperado por la supervivencia requiere empatía y solidaridad entre la comunidad internacional pues es inminente que el mundo debe transicionar hacia esquemas de adaptabilidad climática que marcarán aún más la disparidad entre países desarrollados y en vías de desarrollo. Los esfuerzos hoy deberán estar encaminados al enfriamiento y la adaptabilidad para la generación de políticas conjuntas que involucren a la iniciativa privada y a la ciudadanía global pero que desarrollen esquemas viables de participación gubernamental para el desarrollo de la próxima normalidad ambiental.

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