El recuerdo es confuso. Es una noche obscura y camino sobre un puente acompañado de otras personas. Sólo sé que es el malecón de Puerto Vallarta y el sentido común me dice que abajo debe haber un inmenso mar.

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Un hotel con playa privada, un restaurante en el centro de la ciudad, un bar en un segundo piso, una conversación intrascendente, un paseo en catamarán… son imágenes difusas de un rompecabezas que mi mente no entiende de qué forma acomodar.

Es como si este destino turístico quisiese esconderse en mi memoria. Como un sueño etéreo que, a través de distintos simbolismos, oculta una verdad cuya revelación me va a lastimar.

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Puerto Vallarta
Foto: Cortesía Secretaría de Turismo de Jalisco.

Por ello, finalmente, me decido a enfrentarlo y tratar de entender por qué Puerto Vallarta ha dado vueltas en mi cabeza durante varios años.

Mientras el taxi se desplaza por una avenida principal, a lo lejos alcanzo a ver las primeras imágenes del mar y no puedo evitar pensar: “Nos volvemos a ver, después de casi tres años que estuvimos juntos en otras geografías”.

destino turístico
Foto: Manuel Grajales

Tras llegar al hotel, en la ‘zona romántica’, apenas abro la maleta y la primera sorpresa llega rodeada de temor: ¡no empaqué un traje de baño! Tras un breve instante desconcertante, eso me da pretexto para, de inmediato, salir a recorrer esta costa de Jalisco: caracterizada por calles empedradas que llegan al mar, bordeadas por construcciones de fachadas blancas y techos de adobe y tejas. Esto le permite mantener la estética de un pueblo típico mexicano.

Tan solo camino un par de cuadras cuando, sin querer, descubro el ‘Muelle de Playa Los Muertos’. Una plazoleta circular remata en el centro por una sorprendente estructura metálica que asemeja una vela.

Al dar una vuelta por ahí me convenzo que éste debe ser el mejor lugar para contemplar la puesta de sol, con todo y las embarcaciones regresando al atardecer. Una imagen inolvidable complementada con las playas resguardadas por la imponente presencia de la Sierra Madre Occidental.

Puerto Vallarta
Foto: Cortesía Secretaría de Turismo de Jalisco.

UN PUENTE ENIGMÁTICO

A la mañana siguiente apenas termino de desayunar y decido salir al encuentro del malecón de Puerto Vallarta. El reloj todavía no pasa de las diez, pero el calor sofocante dificulta disfrutar de un paseo por los 800 metros lineales entre el pueblo y el mar. Ahí diversas esculturas, de artistas nacionales y extranjeros, dibujan de un carácter cultural a este destino turístico, al convertirse en una galería al aire libre.

Después de una breve exploración por el centro, decido regresar al hotel y pasar el día en la playa con la promesa de volver por la tarde.

Puerto Vallarta
Foto: Cortesía Secretaría de Turismo de Jalisco.

Esta vez llega el recuerdo de ese puente que aparece difuso en mi memoria. Por ello, en lugar de ir hacia el malecón, decido dar vuelta hacia la izquierda y ahí está. Es una estructura elevada que ahora sé permite librar el cauce del río para llegar a la Isla del Cuale. “Es aquí”, me repito de forma introspectiva.

La exploración me lleva a contemplar con más detalle las esculturas: ‘La Rotonda del Mar’, ‘En busca de la razón’ o ‘Tritón y Sirena’, las cuales para esta hora de la tarde están iluminadas de tonos cálidos por los últimos rayos de un sol otoñal. El instante preciso que los ‘Voladores de Papantla’ eligen para iniciar su danza. Una ceremonia ritual que a orillas de la Bahía de Banderas adquiere mayor espectacularidad.

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Puerto Vallarta
Foto: Manuel Grajales.

La llegada de un nuevo día presagia que es momento de partir. La sensación de circular por las calles empedradas del centro se pierde mientras el auto retoma una avenida recta.

Desde el asiento trasero del taxi, que me lleva al aeropuerto, finalmente lo tengo claro: Puerto Vallarta había luchado por esconderse en los pasadizos secretos de mi memoria porque sabía que al revelarse por completo me iba a enamorar.

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