Como un alivio. Ese es el sentimiento que priva en la clase política francesas, luego de que se logró contener el avance de la ultraderecha. 

El principal objetivo se cumplió, pero ahora vendrá un trabajo arduo en lo que implica las tareas mismas del gobierno de Emmanuel Macron. 

Tendrá que cohabitar nombrando a un primer ministro que provenga del bloque del Nuevo Frente Popular. No será sencillo, porque no existen acuerdos claros al respecto y porque hay diferencias entre los integrantes de la coalición. 

Por ejemplo, Jean-Luc Mélenchon, el líder de la Francia Insumisa (FI), es uno de los triunfadores claros de la contienda, pero su propio temperamento lo descarta para encontrar una convergencia con sus aliados del partido Socialista y del Verde, pero más aún con el propio presidente Macron. 

El resultado mismo de la elección legislativa, donde no hay una mayoría absoluta para ninguna formación, y en la que el mandato ciudadano es referente a impedir la llegada de Le Pen y los suyos, pero sin claridad sobre un proyecto específico. Es decir, no se validó el programa de la FI, ni ningún otro, y esto tienen que aquilatarlo sus dirigentes. 

Los franceses dijeron con claridad lo que no quieren, es una ganancia y celebrable, pero eso no impide advertir las dificultades políticas en el horizonte más próximo. 

Por lo pronto y aunque entrego su carta de dimisión, permanecerá en el cargo Gabriel Attal.

Aunado al problema de la construcción de gobierno, hay un problema mucho más profundo. Funcionó la barrera contra la ultraderecha, pero está lejos ser un peligro conjurado. 

No es así, el avance del partido de Marine Le Pen viene cobrado impulso desde hace años y esto no se tendrá sino es por medio de una política distinta, que atienda inconformidades y repare los daños respecto a los sectores de la población que se sienten excluidos de las celebraciones democráticas y del sistema liberal. 

Esa es una asignatura urgente, para evitar que la Agrupación Nacional siga abrevando del descontento en las periferias de las grandes ciudades, en campo y en las regiones obreras.

 Desde los años ochenta el entonces Frente Nacional emergió, primero como una irregularidad en el esquema político francés, pero se fue convirtiendo en una amenaza en la medida en que empezó a desplegar una estrategia eficiente para ocultar sus orígenes y propósitos. 

Por eso hay que insistir es que no es un partido más, no se trata de una opción radical dentro del esquema republicano, sino de una fuerza destructiva que adquiere potencia con el paso de los años. 

Esto no va a cambiar si no se actúa al respecto. Los partidos tradicionales y en particular el centro y la izquierda francesa, tiene la responsabilidad de atender una situación en la que se juega su futuro, como ocurrió este domingo de urnas, pero vendrán otros igual de apremiantes. 

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