Por Edmar Ariel Lezama*

Cualquier país del mundo aspira a que su población sea lo más sana posible, ya que ese es un derecho humano fundamental, pero también el mundo entero desea que esa población pueda ingresar al mercado laboral en mejores condiciones, garantizando así que la producción no se vea afectada por problemas sanitarios.

Por tanto, cada país de acuerdo a sus características sociodemográficas plantea programas de salud basándose en la edad del país, en qué sitios están trabajando sus habitantes, cuáles son las principales enfermedades que se presentan debido a una predisposición genética, así como las que se pueden prevenir en el corto y mediano plazo, entre muchos factores más.

Una vez ubicados los problemas, el siguiente paso es fincar bases que servirán para resolver la mayor parte de los problemas sanitarios en el mediano y largo plazo, ya que resulta casi imposible cambiar una tendencia de un año a otro.

Países como Suecia, Noruega o Canadá (ejemplos usados por Andrés Manuel López Obrador) son naciones que han comenzado a trabajar en su sistema de salud desde los años sesenta del siglo pasado, iniciando con un análisis de la población a través de cifras, planteando manuales de operación entre los distintos niveles de gobierno y el sector privado como elemento de apoyo, lo cual finalizó en resultados tangibles después de 20 años. Jamás en el corto plazo.

Lo anterior hace suponer que es casi imposible que el Instituto de Salud para el Bienestar (INSABI) dé los resultados prometidos de forma inmediata tal como se ha prometido, ya que no se cuenta con un diagnóstico adecuado de la población a atender, reglas de operación claras y un plan que permita financiar la atención de salud universal.

Un ejemplo de mal inicio es el Seguro Popular, puesto en marcha en 2003 y que a pesar de que al paso de los años se ampliaba el catálogo de enfermedades a atender y se mejoraban los manuales de operación, en 17 años no logró la atención universal ni mejorar la calidad del servicio ofertado, pues nunca se inició con un diagnóstico de la población, ni se contó con un presupuesto planteado en el largo plazo, es decir, desde 2003 se debía tener la cifra del presupuesto hasta 2008, lo cual hubiera garantizado el crecimiento del programa.

El INSABI nace igual que el Seguro Popular, pues no hay certeza operativa ni idea en lo presupuestal, ya que no hay dinero por asignar en los próximos diez años, no se sabe cuál y cómo será la primera población a atender, así como tampoco un diagnóstico de enfermedades regionales por hábitos o herencia genética.

Al final el Seguro Popular sirvió para presentar cifras adecuadas de atención médica, pero nunca asegurando la calidad y la cobertura universal; el INSABI nace igual que el Seguro Popular y conforme pasen los años, tomará el mismo camino que su predecesor.    

 

*El autor es Coordinador del Programa Único de Especializaciones en Economía, tiene un Posgrado de la Facultad de Economía, UNAM.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

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