En el epicentro de una crisis política por sus presuntos vínculos con el gobierno de Rusia, la tarde del 1 de junio, Donald Trump sacó a Estados Unidos del Acuerdo climático de París para reducir los gases de efecto invernadero, aun cuando su país aporta la segunda mayor cantidad de emisiones contaminantes, solo detrás de China. La élite política y empresarial no ha desperdiciado su oportunidad para hablar del “cambio climático”. Desde Elon Musk hasta Barack Obama, los posicionamientos no han cesado. No obstante, este concepto, en apariencia inofensivo, lejos de arrojar luz al problema lo ha cubierto con neblina, en su intento de sepultar la idea del “calentamiento global”, que deja menos espacio a la imaginación. ¿De dónde vienen ambos términos? El calentamiento global describe el incremento promedio en la temperatura de la superficie global debido a las emisiones humanas de gases de efecto invernadero. Este concepto fue usado por primera vez en un artículo de la publicación Science en 1975 por el geoquímico Wallace Broecker de la Universidad de Colombia, de acuerdo un artículo de la NASA. Jule Charney, del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés), aunque usaba calentamiento global para referirse a la temperatura de la superficie terrestre, cuando hablaba de aumentos de dióxido de carbono, empleaba cambio climático. Entonces, en 1988, el científico de la NASA James E. Hansen catapultó el concepto tras advertir frente al Congreso estadounidense que el calentamiento global se podía vincular estrechamente a los gases de efecto invernadero. Pero los intereses del partido Republicano de Estados Unidos han logrado persuadir a la mayoría de los líderes políticos y empresarios en la adopción del término. ¿Cómo lo lograron? Con una minuciosa estrategia de comunicación. En marzo de 2003, un memorándum filtrado del gobierno de George W. Bush reveló su estrategia para suavizar los daños al medio ambiente. El documento detalla que el consultor republicano Frank Luntz propuso este eufemismo. Este individuo se ha hecho famoso por introducir en los medios masivos conceptos como death tax y ayudar al gobierno de Israel para suavizar y justificar, con retórica, sus ataques militares al pueblo palestino. Luntz, consciente de que no se podía evitar el debate público sobre contaminación, optó por reformular el lenguaje del entonces y actual partido gobernante. El memorándum, titulado La batalla de las comunicaciones ambientales, redactado en noviembre de 2002, advertía los riesgos de usar la expresión “calentamiento global” por su connotación catastrófica, mientras que “cambio climático” sonaba mucho más amable y fácil de usar, detalló el diario The New York Times. Pero las trampas semánticas no pueden ocultar los golpes al ambiente. En 2012, el profesor Adrew Shepherd de la Universidad de Leeds, presentó una investigación sobre el deshielo en Groenlandia y Antártica como consecuencia del calentamiento global. El colmo es que incluso gigantes petroleros como Exxon o BP —que enfrentó la mayor catástrofe ambiental en lo que va del siglo XXI con su derrame de crudo en el Golfo—  hayan respaldado el acuerdo de París y pedido a Trump que permanezca dentro del pacto. Si los empresarios y políticos que aplaudieron a Trump en la Casa Blanca quieren pensar primero en su cartera antes que en el planeta, mientras repiten o suman eufemismos, el problema puede explotarles (o a sus hijos) más tarde, pues en 2030, el calentamiento global significará pérdidas a la economía mundial por 2 billones de dólares por su impacto en la productividad laboral, según un estudio de las Naciones Unidas.

 

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