Parece increíble que, en el siglo XXI, la condición de la mujer siga siendo compleja, precaria e indigna. La discriminación sistémica y sistemática ejercida en contra de niñas y mujeres alrededor del mundo pareciera una condena inagotable. Ser mujer en muchos escenarios es más que una tragedia, cuesta la vida. Tal es el caso de las mujeres que, bajo el yugo de una sesgada interpretación religiosa, viven condiciones infrahumanas, rehenes de velos están condenadas a vivir ignoradas, cosificadas y violentadas.

En 2021, los talibanes regresaron al poder en Afganistán prometiendo el respeto a los pocos derechos que magnánimamente se habían concedido a las mujeres en el país, entre ellos el derecho a la educación. Ante la mirada perpleja y pasiva de la comunidad internacional, la historia en ese país amenazaba con volver a repetirse.

Fue en 2001 que Estados Unidos, como parte de su guerra contra el terrorismo orquestada después del ataque a las Torres Gemelas, invadió el país e inició una cacería en contra de Osama Bin Laden y los Talibanes (grupo con quien EE. UU. tiene una larga historia de encuentros y desencuentros). El resultado de esta operación militar causó el desalojo del gobierno talibán de Kabul a partir de ese momento y hasta la retirada final de las tropas estadounidenses en 2021 Afganistán intentó reconstruir el tejido social, reinstaurar las instituciones y permitir el acompañamiento de organismos internacionales en materia de derechos y participación de las niñas y mujeres.

Sin embargo, a tan solo unas semanas de la salida del ejército norteamericano los grupos radicales islamistas llegaron a la capital, propiciando la huida del presidente afgano, Ashraf Ghani, quien dejó un vacío de poder y una situación caótica. 

Si bien es cierto que incluso en los tiempos de la tutoría estadounidense en el país, Kabul se había convertido en un aparente oasis político y social en un Estado ingobernable, la fácil y rápida ocupación los talibanes en 2021 expone una gravísima situación; la validación de un régimen ultra radical ha sido perpetuado por estructuras de poder internas. 

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La corrupción, la fractura del tejido social, las pugnas entre diferentes minorías étnicas, la sutil presencia de grupos de resistencia contra los talibanes, el apoyo de la etnia mayoritaria (los pastunes) a los talibanes como reacción al hecho de considerarse marginados del poder tutelado por el expansionismo Occidental, la tolerancia de la periferia (de Pakistán, Arabia Saudita e Irán) a los insurgentes, la inoperancia del ejército (a pesar de la inversión en tecnología y  adiestramiento militar de EE.UU.), la pobreza, el creciente desempleo (en especial entre los jóvenes) y el negocio del opio (Afganistán es el principal productor mundial) constituyen  el cúmulo de factores a los que se debe atribuir la aplastante victoria talibana.

Es innegable el fracaso de la estrategia estadounidense en Afganistán, no solo antes, sino ahora. La salida de las tropas instruida por Joe Biden, pretendía demostrar la preparación del ejército afgano y la capacidad del país de gobernarse a sí mismo en paz y bajo un ambiente democrático. Sin embargo, la actual situación de la población afgana, especialmente el terrorismo ejercido contra niñas y mujeres, exponen el fracaso de veinte años de tutela extranjera. Ni la ayuda financiera ni la infraestructura militar provistas al país pudieron consolidar la existencia de un régimen democrático, ni de un Estado de derecho, mucho menos pudieron acabar con el radicalismo y la polarización. 

Los talibanes regresaron a tomar control de un país empobrecido, polarizado y derrotado, no obstante su regreso estuvo envuelto en aires salvadores. Al inicio del 2021 el éxodo interno de civiles desplazados rebasaba los 250.000, la mayoría de ellos buscaba refugio en Kabul por el miedo al re-establecimiento de un régimen autoritario y radical islámico. Ese miedo no tardó en volverse realidad, las mujeres como grandes víctimas de un regreso al uso obligatorio del burka y a la prohibición del acceso a la educación (hoy las niñas tienen prohibido estudiar a partir de los 10 años y el acceso a la educación universitaria ha sido cancelado para las jóvenes afganas), es la cara más amarga de este nuevo episodio traumático en la historia del país. Afganistán en el siglo XIX se liberó del dominio colonial británico y en el siglo XX del control de la extinta Unión Soviética en el marco de la Guerra Fría, sin embargo pareciera imposible que en el siglo XXI pueda liberarse del yugo interno de un grupo terrorista para el que ser mujer cuesta la vida.

Aunada a la tragedia que enfrentan los civiles afganos día a día, la presencia (y fortalecimiento) del Talibán constituye un factor de inestabilidad e incertidumbre para la región y para la comunidad internacional que indolente ante las atrocidades del régimen contra la población guardan silencio y voltean la mirada.

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